La historia de la cerveza es tan antigua
como la de nuestra civilización
La cerveza es la bebida alcohólica fermentada a partir de cereal. Hoy casi siempre malta de cebada aunque, a lo largo de la historia, cualquier grano ha servido como ingrediente: centeno, avena, espelta, mijo, sorgo…
La primera receta escrita que prueba la existencia de la cerveza se encontró en el pueblo sumerio, la primera gran civilización de Oriente Medio, donde el arte de prepararla era bastante común, sobre todo entre las mujeres. Su deidad de la cerveza, la diosa Ninkasi, cuenta como las féminas se encargaban de elaborar pan de cebada especiado y lo dejaban fermentar con agua en tinajas de agua. Pasados unos días, ya existían catadores expertos que lo probaban y bebían en pajillas para evitar el paso del grano de la superficie.
Sin embargo, y aunque no podemos concebirla como la cerveza actual, la ‘sikaru’ (“lo que desea la boca”) se hacía en hornos de malteado en distintas tonalidades, más ligeras o fuertes.
El gran potencial de la cerveza o ‘zithum’ (como la llamaban), tras Alemania y EE.UU siglos más tarde, sin duda se lo llevaron los egipcios. Perfeccionaron la receta, y como regalo de los dioses, atribuían su invención al Dios Osiris. Junto a las cebollas o el pan, formaba parte de la dieta básica de la mayoría de la población. En época de los faraones adquirió una sólida dimensión industrial. Sus fábricas producían ¡nada menos que 4 millones de litros por año en tiempos de Ramsés II! Tanto, que los graneros estaban prácticamente destinados a la cebada para su elaboración y la utilizaban como moneda de cambio.
No obstante, son muchas las fuentes que aseguran que el precio de la cebada era tan alto, que el cereal más empleado era una variedad de trigo llamada espelta.
El ‘zythum’ o ‘vino de cebada’ era la cerveza más popular en la civilización griega. Los más antiguos la consideraban como la bebida nacional egipcia por excelencia, heredando sus métodos y recetas.
Se puede decir que los griegos fueron poco aficionados a consumirla, a diferencia de sus vecinos los frigios, de la antigua región de Asia Menor, donde el Rey Midas dejó en las ánforas de su tumba restos de la cerveza que bebían en aquella época. Una cerveza especial de esta época a base de cebada, uvas y miel ha vuelto a resurgir en el S.XX gracias la técnica de la arqueología molecular.
El Imperio romano absorbió la cultura de la antigua Grecia y su devoción por el vino. Los romanos consideraban la cerevisia un brebaje propio de los pueblos bárbaros con los que estaban en guerra.
Entre los grandes avances que los bárbaros donaron al Imperio Romano figuran los toneles de madera que los galos comenzaron a utilizar para fermentar, guardar y transportar sus cervezas en torno al año 0. De hecho, de su lengua tomó Roma el término ‘cerevisia’, del que deriva el castellano cerveza.
Con el triunfo de los bárbaros el consumo de cerveza se desplaza hacia el norte de Europa, volviendo a un entorno más familiar. Durante Carlomagno y su imperio en el siglo IX la cerveza adquirió gran apogeo. Poco a poco se va instaurando un nuevo orden cristiano que fomenta la vida urbana, los mercados y los gremios. Y aquí es donde el hombre será el gran protagonista del saber hacer de la cerveza, a través de pequeños comercios. Sin embargo, será en los monasterios donde se concentrará la auténtica producción cervecera. Por poseer tanto los ingredientes gracias a las tierras de cultivo, como el conocimiento de los procesos de producción.
El año 1000 marca el uso del gruit a base de plantas y especias para aromatizarla, por el descubrimiento del lúpulo. La abadesa Santa ‘Hildegarga de Bingen’, es la primera en añadirlo a la cerveza antes de fermentarse.
Los costosos impuestos del gruit que repercutían en la Iglesia, propiciaron paralelamente el nacimiento de la Liga Hanseática de un grupo de villas ‘libres’ de la Iglesia del Norte de Europa, que no obligadas al empleo del gruit, comprobaron como el lúpulo prolongaba exitosamente la duración de la cerveza.
Los flamencos que emigraron a Inglaterra sobre el 1500 llevaron el lúpulo hasta las islas británicas, y aunque tardaron tiempo en aceptarlo, hacia el 1600 ya lo incorporaban la mayoría de cervezas. Esta época de transición hizo que convivieran al mismo tiempo y se distinguieran las cervezas sin lúpulo tradicionales (ale) de las cervezas con lúpulo importadas de la Europa Continental o ‘beers’.
El fin de la Edad Media marca el final del monopolio de la cerveza por los monjes que pasa a manos laicas, siendo Baviera el lugar donde nació un nuevo fermento, producto de la manipulación del hombre.
La materia prima, pero también otras causas económicas, llevaron a la nobleza bávara y al duque Guillermo IV, que tenían concesión sobre la cebada, a regular la producción de la cerveza con la ‘Ley de Pureza de 1516’, donde se establecía que debía contener únicamente agua, malta y lúpulo, que se ha prolongado hasta el S. XIX.
El S. XVI marcó también importantes avances en la industria cervecera. El descubrimiento de la baja fermentación y las cervezas Lager nuevamente a manos de los monjes. Los monasterios de Baviera comenzaron a almacenar las cervezas fermentadas en bodegas subterráneas manteniéndolas frescas durante todo el año.
El duque de Albercht V prohibió su fabricación entre abril y septiembre. De ahí surge la conservación de la cerveza en ‘lagered’ o almacenes durante el invierno, dando lugar a un fermento más claro, limpio y estable, que podría representar a la actual cerveza lager, pero algo más oscura que las estilo lager actuales.
La historia de la cerveza hace detenerse en el año 1842, donde surgió un estilo de cerveza de gran repercusión hasta nuestros días. El maestro cervecero alemán Joseph Grolle que estaba trabajando en la ciudad de Pilsen, lideró una cooperativa cervecera local con el objetivo de descubrir una cerveza que pudiera competir con el éxito de las lagers oscuras de la vecina Baviera.
Hasta que dio con la fórmula magistral: una lager dorada y transparente como nunca antes se había visto. ¿El secreto? Un control de la temperatura durante el proceso de malteado obteniendo un color dorado. La selección de cepas de la levadura también ayudaron para la fermentación, logrando una mayor transparencia. Con el estilo pilsener consagró uno de los estilos más consumidos y apreciados en numerosas partes del mundo.
Los primeros signos de la Revolución Industrial en Inglaterra fueron sacando la cerveza poco a poco de las casas y pequeñas fábricas de producción, para venderlas y servirlas en las ‘public houses’ o pubs, dándole una dimensión mucho más ambiciosa. Así nacieron las primeras industrias de extraordinarios avances, generando gran repercusión a nivel mundial.
La cerveza se fue convirtiendo en bebida popular, con ayuda de las comunicaciones y los avances científicos. El ferrocarril que la transportaba a todos lados y la microbiología, con el descubrimiento de la naturaleza de las levaduras, y otras innovaciones como el envasado o la refrigeración, extendieron su producción durante todo el año.
El S.XX, a partir de los años 70, y especialmente los 90 hasta la actualidad, toman un talante distinto en cuanto al modo de concebir la cerveza, donde la diversidad y la calidad resurgen en todo su esplendor. Los norteamericanos viajan hasta las culturas más tradicionales de la cerveza europea, recreando los estilos por los que sienten fascinación, y nace así una nueva forma de preparar cerveza que genera el movimiento ‘homebrewing’. Nuevas tendencias que recuperan las cervezas más tradicionales y perdidas por el paso del tiempo.
Las witbier belgas de trigo, o las amargas y las aromáticas India Pale Ale (IPA) desparecidas en Inglaterra, se pueden volver a disfrutar plenamente. A partir de aquí la cultura de la cerveza se vuelve más intensa que nunca.